Cuando frente al eterno paisaje del Morro y el mar inmenso del malecón de La Habana, alguien abre una cerveza bien fría, -marca Cristal, Mayabe, Cacique o Bucanero-, muy pocas veces sabe que disfruta de una cultura de producción que se estableció al norte del Oriente cubano, gracias a la capacidad e ingenio de los maestros cerveceros de Holguín, quienes aprehendieron las mejores fórmulas europeas hace veinte años, y regresaron a casa para encontrar un referente de distinción que ya rebasa nuestras latitudes.
Muy a menudo se obvia que la Cultura es el reservorio de lo mejor de un pueblo: la Ruta de la Cerveza que hemos inaugurado el verano pasado reconoce, como valor cultural indispensable, esta historia que comenzó en el reto de traer la mejor agua de manantial con más de cuarenta kilómetros de tuberías, hasta una nueva fábrica de tecnología alemana en las afueras de una ciudad, que distribuyó en el siglo pasado la cerveza Hatuey o la Polar, pero nunca soñó siquiera una pequeña cervecería artesanal.
Hoy comienza a venderse a los turistas ingleses que se hospedan en la playa Guardalavaca, un sencillo mapa de las rectas calles de la Ciudad de los Parques, --cuyo sistema de plazas estamos proponiendo como Monumento Nacional--, con treinta lugares a visitar que van desde la primera Casa del Teniente Gobernador, el Museo Provincial La Periquera, y la Casa de la Trova El Guayabero, hasta la Caverna de los Beatles y la Casa de la Música; y se le ofrece junto a Manual de Instrucciones para la competencia, pues se trata de ver quién recolecta más cuños en el pergamino y autógrafos de los artistas que trabajan en estos centros nocturnos como constancia del recorrido.
“El Arte de la Cerveza” abarcó en su lanzamiento un salón en el Centro de Artes Plásticas donde los artistas de la ciudad se apropiaron de temas casi tabús como las marcas comerciales, y en una de las imágenes más desafiantes asociaban la palma real de conocidas cervezas a un joven que exhibía sus genitales, o al órgano reproductor de un enorme buey cebú. La pasarela de modas al centro de la galería, una veintena de fotos de la inauguración de la fábrica Mayabe en los años ochenta, atrevidos performances que incluían la exhibición de chapas, y hasta una subasta de arte han formado parte de la nueva propuesta.
Pancho III, el nieto de aquel burro que tomaba cerveza en el Mirador de Mayabe y a quien Pedro Luís Ferrer dedicó una simpática guaracha en los ochenta, es el actual protagonista de la Ruta, en su propio escudo con ramas doradas: usa el cuello alto, el peinado con pinchos, y le encanta la vida nocturna de la urbe por la que se declara vivir en “una provincia del universo”. La leyenda cuenta que sale a recorrer por las noches los sitios preferidos de los artistas, y que como un turista más recolecta firmas y evidencias de su andar, incluyendo la visita a la futura Casa de la Cerveza en la Fábrica Bucanero, una excelencia en parámetros de calidad.
Y es que el camino de las rutas culturales es nuestro actual desafío: demostrar la conveniencia al país de la imprescindible diversidad de opciones para el turismo, como ha probado el Festival del Caribe en Santiago de Cuba, o los estudios sobre la Ruta del Esclavo, --el desafiante monumento al cimarrón en El Cobre, el castillo de San Severino en Matanzas…--, podría ser nuestro engarce definitivo con la industria sin humo, de la que viven cientos de ciudades, regiones y hasta países.
La eterna reticencia a la epopeya de reconstrucción de La Habana Vieja, y sus veladas críticas a la recreación de nuestras historias y leyendas, a establecer museos como el del Ron, el del Ferrocarril o el Automóvil, o a los teatristas con zancos para las fotos de ocasión, prueba lo que ya es verdad de Perogrullo: un día quiebra la preferencia por el “todo incluido”, que vive de la arena como reloj del sol, y no acabamos de sacar las lecciones de Trinidad y su valle de los ingenios, o Gibara en el Festival Internacional del Cine Pobre, poblaciones donde la iniciativa estatal ha sido incapaz de llevar la iniciativa del alojamiento.
Deberíamos ejercer más la autocrítica: el pecado original del sistema de festivales artísticos, que para nosotros significó la fundación de la Fiesta de la Cultura Iberoamericana en el sitio del Encuentro entre las Dos Culturas, o la apropiación de las Romerías de Mayo como Festival Mundial de Juventudes Artísticas, está en haber obviado que el flujo turístico anual ha tenido un récord máximo de más de doscientos cincuenta mil personas que viajan a Holguín en unos cuarenta vuelos charters desde Canadá en lo que llamamos “temporada alta”, de diciembre a abril. Y la verdad es que, cuanto más, hablamos de doscientos participantes extranjeros como un record en los festivales culturales de Holguín, capital de aquel llamado Plan Atlántico Norte, que hoy significa diecinueve instalaciones de alojamiento, la mayoría magníficos y confortables hoteles de playa. ¿Y ahora que hacemos si ya treinta cuatro mil ingleses han volado a esta capital provincial desde Londres y Manchester, y somos el lugar de mayor preferencia para una estancia promedio de diez días, en casi una tercera parte de cuantos viajan a la Isla Madre de las Antillas?
Lo escribo la noche en que acabo de recibir desde Londres un correo de Claudia Fogg, del portal de festivales Whatsonwhen.com, quien me ruega le precise las fechas del Festival Luna Llena de este año en la playa Guadalavaca; y aún cuando nuestro proyecto subsiguiente ha sido titular de más de cincuenta sitios web: “Inaugura Cuba Ruta Cultural El Arte de la Cerveza”, donde se resaltan las declaraciones de Yordi Figueredo, representante supervisora de la turoperadora inglesa Holiday Place a la Agencia de Información Nacional, sobre la conveniencia de explotar un sector de mercado donde se unen turismo y cultura.
Ocupémonos por tanto de nuestros viejos sueños, que no somos los que estamos equivocados: iluminemos cada trayecto de nuestras ciudades, realcemos las leyendas que la circundan como los túneles secretos entre la Casa Consistorial de La Periquera y el Cerro de la Cruz, como mismo hoy en el Hotel Mirador de Mayabe a su emprendedor director se le ocurre festejar el cumpleaños de Pancho III con una torta y sus velitas, entre los aplausos de los turistas nacionales presentes.
Y conste que ya vamos por el turista inglés número 180 que llega el domingo a recorrer la ciudad de Holguín con su mapa a cuestas, y en las manos una botella verde con la etiqueta de la Ruta; algunos hasta alquilan un auto que los lleve al Cabaret Nocturno, u otros que a las nueve de la noche se le desaparecen a los guías rumbo al Mirador… La verdad es que muero por ver la cara de nuestros críticos antológicos, en especial cuando vean llegar los primeros veinte franceses a la Ruta del Son, por el camino del Chan Chan hasta Mayarí, después que la Orquesta Los Taínos los dejó patitiesos de bailar en las orillas del Sena, por la Asociación Matías Pérez que trabaja en promover la cultura en pleno París...
¡Ah, qué dulce venganza contra el “Todo incluido”!
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