Resulta difícil imaginar a Maritza Norell Lauzao, Ingeniera Mecánica, trabajando en la principal empresa inversionista que hace veinte años construyó en Holguín la más importante fábrica cubana de cervezas. Y no solo porque actualmente se desempeña como Gerente de Imagen y Desarrollo de la sucursal ARTEX en este territorio, sino por la pasión con que promociona y defiende la cultura nacional.
Sin embargo, ella no ve contradicción entre el tiempo que dedicó a levantar la fábrica (desde los primeros movimientos de tierra hasta la obtención de las primeras cervezas), luego en la Planta donde se “cocina” la bebida y, ahora, en un empresa que comercializa productos culturales.
“Hacer cerveza es un arte y es también parte de nuestra cultura”, afirma sin tapujos, y por los poros le sale el orgullo de sentirse parte de aquella obra pionera, construida por jóvenes cubanos –casi todos graduados en la Universidad local y en Centros de la antigua Checoslovaquia-, con tecnología y asesoramiento alemán, que el tiempo, y sobre todo, la calidad de sus productos, convertiría en un importante negocio para la Isla.
Maritza trabajó en la fábrica hasta 1997, fue durante años la secretaria del Sindicato, vivió la entrada de los inversores extranjeros que lanzaron nuestras cervezas en el mercado internacional, modernizaron la industria y le cambiaron el nombre de Mayabe (todo un símbolo para los holguineros) por “Bucanero”, más comercial, y que, a la larga, ha rendido buenos frutos.
“Inicialmente se quería construir la fábrica en el poblado de Maceo, por la calidad de sus aguas”, refiere Maritza. Tras varios estudios se decidió hacer una conductora de 21 kilómetros para traer el líquido hasta las afueras de la Ciudad de los Parques, desde donde sería más fácil comercializar la Mayabe y otras marcas que se producirían en el futuro.
“Al principio hacíamos “Mayabe” clara y fuerte, luego Cristal y Hatuey, todas embotelladas, hasta que se hizo la fábrica de latas y toneles. Cuando se abrió el primer dispensador de cerveza (en el salón de protocolo de la propia fábrica) aún trabajaba allí”, dice, y muestra una foto donde se llenan varias jarras con la espumante bebida.
Desde el comienzo de esta historia, Maritza estaba casada con un joven que también trabajaba en la fábrica: José Marcos Quevedo –actualmente reside en España, donde estuvo un tiempo en la cervecería Estrella Damm-. Juntos tuvieron una hija, a la que le encanta la bebida que se obtiene de la cebada: “Claro, nací en la comunidad cervecera”, dice la muchacha, que se prepara en Estudios Socioculturales en la Universidad de Holguín y aspira hacer su Trabajo de Diploma sobre el arte de la cerveza.
“La culpa es mía” –bromea su madre-, “pues tomaba mucha “Mayabe” cuando estaba embarazada”. Y no es que fuera alcohólica, sino que era parte del grupo que se encargaba de poner el paladar en función de asegurar inalterable la calidad del producto.
Trabajar en el mundo de la cultura, unido a los años que lleva degustando tan especial bebida, le permite afirmar que “hacer cerveza es arte y saber disfrutarla, una cultura”, pero “con moderación, con cultura alcohólica. Eso forma parte de la idiosincrasia del cubano, de su devoción por las fiestas y la alegría”.
Próximamente, Norell recibirá la medalla Pedro Marrero, por XX años de trabajo en el Sindicato de la Industria Alimenticia; sin embargo, su mayor orgullo consiste en sentirse parte de aquella fábrica que aun “se mantiene produciendo cervezas de clase mundial”… y defiende que, “por muchas cervezas que se hagan, la “Mayabe” nunca será superada. Mientras pueda escoger, será siempre “Mayabe”, y ¡de botella!”.
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