José García, primer director de la actual fábrica de cervezas Bucanero |
El señor, levanta una mano y le hace el gesto de que entre. El señor parece un peje gordo, un grueso reloj le corona la muñeca, y el antebrazo es fuerte y peludo. El joven, entra, no parece estar asustado, pero tampoco se le ve tan seguro, como si esperara lo peor dentro de aquella oficina. La puerta se cierra, el ajetreo, los choferes, las secretarias, los responsables, quedan afuera.
En la oficina blanqueada de cal, una oficina sin retratos ni confort como es de esperar de un Puesto de mando, hay dos teléfonos, uno con disco y otro sin disco, un buró y un par de pesadas sillas giratorias. El joven se sienta, piensa poner la carpeta en la otra silla, pero no lo hace, se siente más seguro con la carpeta entre las manos, es lo único familiar que le rodea. El hombre le clava los ojos y parece medirle la talla, la talla humana.
-¿Qué pasa? ¿Por qué no sale la cerveza?
-No sale porque no tiene calidad, es decir, todavía no es cerveza, sino agua. Agua amarga, diría yo.
-Usted dice agua amarga.
-Sí, yo digo agua amarga.
-Así que agua amarga...
El señor hace silencio. Reflexiona. Pero no reflexiona sobre eso, sino sobre otras cosas, parece filosofar sobre algo más general, sobre el arte de dirigir. Luego dice:
-Vamos a hacer una cosa. Ahora usted y yo nos vamos…
Suena el teléfono. El señor habla con alguien. Imposible saber si el interlocutor es hombre o mujer, pero el joven supone que sea hombre. El señor responde que él ya dio la orden, que se ha incumplido esa orden, y que ahora va a resolver eso, y que alguna cabeza, ¡carajo!, va a rodar. Cuelga, marca otro número, un número corto, o sea, una extensión, y le ordena a una mujer que venga un momento.
Debe ser mujer, porque la llama, de manera sedada, mi amor: “mi amor, ven acá un momento”. El señor cuelga, y vuelve a mirar al joven, pero ha cambiado de tono, como si hubiesen estado demasiado tiempo allí, uno al frente del otro.
-Ahora usted y yo nos vamos para la calle Maceo y… ¿cuánto usted dice que le falta?
-¿Para que sea cerveza?
-Sí, para que sea cerveza.
-Doce horas más.
-Doce horas, dice el señor, apuntando el número 12 en su agenda. Un 12 aislado, en medio de la hoja y sin ningún fin, solo para hacer énfasis, o hacer tiempo, o tomarle el peso a algo.
El joven mueve la cabeza afirmativamente, siente que el gesto del funcionario es ridículo, pero él se subordina a esta clase de jefes, y siempre será así. Para que una cerveza se homogenice hacen falta como mínimo 24 horas. El caldo llegaba desde Santiago de Cuba o de Manacas, se le echaba agua hasta llevarla a 10 grados, y luego se le inyectaba CO2, y se reposaba. En ese reposo, el CO2 penetra en el líquido. Mientras más tiempo de reposo, más cerveza es. Y en un carnaval se debe tomar cerveza.
-Está bien. Ahora, nos vamos usted y yo en mi carro para la Avenida de los Álamos, allí hay miles de gente sonando las jarras, yo lo voy a presentar, voy a parar la música, lo subo a la tarima y le voy a dar el micrófono, y usted les a va a hablar a ellos. Les va a decir, que usted es el jefe de la embotelladora y que hacen faltan doce horas para servir la cerveza.
El joven pasó de largo por la Avenida de los Álamos, y miró por la ventanilla. En efecto, cientos de personas estaban allí. Nadie sonaba las jarras, la gente bailaba, caminaba de aquí para allá, o en las aceras conversando y tal. Una hora después, una pipa conectó una larga manguera en los termos y descargó miles de esos litros de cerveza a medio hacer.
Treinta años después, José García, “Pepe”, maestro cervecero retirado, gestor, junto a otros colegas, de las fórmulas secretas de la “Mayabe”, “Cristal” y “Bucanero”, y primer director de la mayor cervecería del país, la Bucanero SA, cuenta esta historia como su primera cura de caballo, la primera humillación. El antes y el después de un joven idealista.
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